Cuaderno de Tel Aviv II


Veinte. Subrayar es la escritura por otras formas. Mi subrayado es inspirado. Va con la respiración. Mis huellas intervienen el libro de otro. Alguien que se hace presente firmando. La firma va en hebreo. No entiendo nada. Tampoco voy en la dirección correcta. Tal vez, nos encontramos interviniendo el ejemplar. Si no toco el libro con un lápiz, soy un nómade que no deja rastro. La lectura puede quedar inocente. La escritura, por su parte, traduce algo individual. No te pierdas. Calle sin salida. No en Tel Aviv, aquí en el cuaderno. Termino de mostrarme cuando mi viaje se trastorna en el pensamiento de otro.


Veintiuno. Una película imaginaria cuyo guion es azar. Se produce hasta erradicar el corte del director. Uno es consumidor de sus propios montajes. Tramoya y escenario. Guárdame en la melancolía. Guárdame en lo erótico. Multiplica lo posible. Tal vez, el significado de un texto está en otro. Se escribe con la foto. Las palabras vienen por añadidura. O una simple erección.


Veintidós. La inteligencia es el uróboros. Una serpiente mordiéndose la cola. Como en esos juegos de teléfonos Nokia finiseculares, no te podías morder la cola sin perder. Pero esto va más allá de la desinteligencia y su manifestación. Esto se trata de la lucidez. Vale decir, la fiebre necesaria para abrir los ojos en medio de un error, de la deformación de lo onírico, del sueño y mentira de la razón. Ahí reside la búsqueda de lo invisible por lo invisible. La lucidez solicita estar alerta. De la lucidez a la inteligencia y la nada, ejercitar la memoria, distribuir los archivos y gestionar el manejo de residuos.


Veintitrés. Capsulas de temporalidad. Tierra firme hecha de imágenes, palabras o ideas de un tiempo posible de reproducir. Un pasado perpetuo. Un tiempo que va describiéndose como un objeto. Una tensión documental que radica en las formas de recuperar un recuerdo. O información, a la postre.


Veinticuatro. Escribiendo un viaje. El tuyo.


Veinticinco. Quiero que este viaje a Palestina sea tu viaje. Quiero que sea un viaje con una ficción que no tenga sentido. Puede verse la película de una playa en el vuelo de una foto. Ajustar y disparar el sueño del viento. Sopla el viento, como anoche en Tel Aviv cuyo cielo crujió con la furia y el sonido. Rayos y centellas. De todas maneras, cuando los textos dejen, completamente, de hablar de los humanos, vendrán esas viejas nuevas expresiones. Dirán: fuimos confinadas a un nombre idílico. Somos objetos. Y será el tiempo de las epopeyas de cada cosa. A estar preparados para el fin del antropocentrismo.

Veintiséis. Llorar y limpiar. Dos vasos de arak. El destinado de anís local. El buqué de Constantinopla. Un par de apuntes que me cuesta descifrar. Transcribir desde el celular. Nada de apuntes. Escombros. Mnemotecnias que trabajan con el futuro. Un aporte frente al azar y la incomprensión que causa decidir una forma de vida más o menos extraña. Irregular. Un submarino oxidándose en las orillas de un río que se seca un poco cada año. Y de ese óxido, la acción degradadora del tiempo. De la marginación al espacio de glosa. En el techo o bien al rincón de la página. El viaje entre líneas. Tel Aviv u otro lugar. Bandejón central, avenida Ben Gurión. Pensar e imaginar un poema. No escribirlo. Todavía no. Una escritura que vendrá. Calma. El poema no es un fetiche ni un sticker. Tampoco está en una colección permanente de museo ni recibe una efeméride cuya celebración es obligatoria en algún colegio de tu ciudad. El poema es una tarea. Una papelera de reciclaje que se vacía cuando esas palabras no vuelven como otras, sino se dejan subrogar hasta ser la crónica de una pérdida. Esto es mucho más que un inventario de palabras embellecedoras. Bastante más que un maquillaje antes de fingir lo que uno dice a otros no ser.

Tal vez las piedras de una orilla. Las piedras que quedarán cuando el mar ya no esté. Piedras mágicas que ponen una edad. Embalsaman el tiempo. Insinúa un recuerdo que se desliza a través del sistema nervioso. Por eso es un recuerdo. Al final del tacto, otro lugar de trabajo. Las piedras de las catedrales, de los imperios, de las victorias. Las piedras siempre van a ser relevantes. El universo es un montón de piedras algo organizadas. Un paréntesis en el viaje o la bitácora secreta del mismo. Las piedras encierran los tropiezos, los hallazgos y las preguntas. De piedras erigí la convivencia cicatrizada, después de clausurar la metafísica por arte de la depresión. Piedras era y en piedras quedó. La escritura al domesticar el dolor, lo amplifica.


Veintisiete. La jungla de papel. Una invitación a jugar. A dibujar con tiza una obra, una proyección de sí mediante lo que se lee con pasión y crítica, delicia, horror y temblor. Un acertijo queda al arbitrio del después del después. Lo póstumo. Lo ineditable. E inevitable.


Veintiocho. Hay algo de ominoso tras despertar y no lograr reconstruir el sueño de la noche anterior. No escribí el correo que quise ayer. En la red social, Epafrodito escribe: El libro es una artesanía maquínica hecha de palitos y piedras. Hemos aprendido a leer las ruinas. Alguien se pierde en la línea del horizonte. La obra desaparece. Nunca estuvo.

No, el libro no. A esa pesadilla, no volver. Aquí hay un destino pendiente de cuestionar. El libro. No me quiero quedar en un dogma. Empiezo a pensar en el arte de la cartapesta.

Teoría. La cartapesta es una técnica que utiliza pedazos de papel de diario cortados a mano y unidos por medio de cola fría para dar forma a un objeto. Las capas de papel se unen con el pegamento. Al momento en que ambas cosas quedan inseparables a simple vista, queda una superficie, una piel mucho más resistente. Le da la dureza de cartón al papel de diario. La idea de la cartapesta es formar una figura nueva. Y la figura nueva puede ser de dos maneras. Primero, una figura que acumule la historia e información del papel de diario. Segundo, una acumulación de materiales que pierden su forma para fundirse en otro todo. Imagino que la figura nueva puede ser dos cosas. Oraciones ensambladas y textos distribuidos con un relato, ambos objetos con un criterio editorial. Mediante la cartapesta las cosas escritas, los documentos ahí reunidos pueden ser vistas como una pequeña historia de cómo se llegó a un resultado. Nos importa lo escrito. Nos importa a dónde nos lleva y nos llega lo escrito. Y desde dónde.
Práctica. La cartapesta encierra el arte de enmascararse. Uno es un trozo del aquí y ahora, de los documentos que pueden apilarse ensayando una persona. Desde el punto de vista jurídico o estético. Por ejemplo, el currículo educacional de uno. La máscara se hace con las emociones. Primero, tomar un poco de cola fría y poner los trozos de periódico. El impacto de las historias que suceden con independencia de la propia sobre la propia. Segundo, dejar que todo seque. Espectador y encierro. Finalmente, el producto es una imitación de la conciencia. Como una fotografía. Un desecho. Un escombro. Un ensayo de la excepción. Ser retratado a costa de una pose. Cristalizar un momento que no volverá, compartible en la cultura de lo efímero. El reverso: una cámara lúcida que enfoca, apunta y se dispara. En el estilo está el lenguaje. Qué es lo que se destaca. En la selfie, el propio rostro y quizás lo que esté alrededor, que orna el cuadro principal. Una forma de comunicar, qué sé yo, un estado de la expresión. Enseguida, son pequeñas alegrías para un museo que nadie verá. No hay obviedades en esta escena. La fotografía tiene su valía con la desaparición irreversible de la figura que cree estar ahí. Solo queda un aprecio y la melancolía de algo que se perdió. Las operaciones antes de la fotografía. Al disparo: la ficción en su manifestación más infatigable. Un límite: fijar las cosas sin cambiarlas de lugar. Normatividad de lo visual. Un objeto querido. Un cuerpo deseado. Hay una expresión que varía según capricho e intuición. ¿De quién es la fotografía? La presión de lo indecible: quitar las preguntas para mostrar algo. Un pinchazo, un corte, una casualidad que gusta y disgusta al mismo tiempo. Ambivalencia de sensaciones, como la decodificación de la mirada en una foto que uno se toma. Uno hace alianzas y guerras consigo mismo. La resonancia en la escultura de la propia personalidad hecha máscara. Un estado del alma que permanece. Como en los íconos religiosos y su exhibición de un estado de constante oración. En la selfie, uno está consagrado al paso del tiempo. Para no dejarse llevar por la desesperación de la sinceridad y la vejez. Para no tener que morder al sol.


Veintinueve. No a la escritura verdadera. Un buen purgatorio, sufrir la originalidad. Toda escritura es plagio donde héroes, gente de acción y soñadores pagan sus mandas. Despega un amor. Y su carácter a porrazos. No es ideal. Ni circunstancial. Es un proceso. Como la obra. Hacer, producir, elaborar, construir. El cielo sobre Tel Aviv me parece hermoso. Mis ojos comienzan a bifurcarse entre las nubes. Tengo amor y aún no viene la manumisión de las flores. Avisto otras vidas. Otro guion posible ~

/

Te habría gustado un día como este con una imagen para cada palabra

para cada cosa

una exhibición

sobre una pared sin pintar

enladrillada con caos

Colores

más o menos

un poco de ceguera

Sonidos
hechos            de otro poco de caos
quizás
Significado

hecho de caos

reunido         las flores el mar el cielo un laberinto

que inventa una biblioteca

Te habría gustado un día como este con una imagen para cada palabra

para cada cosa

para cada cita que pueda sacar de un libro

y que pueble

las fronteras de la tierra

con un jardín

visitándote en primavera

otoño

en la edad de piedra              o de los metales

no importa el tiempo

vas a ver         un poco

el mundo lavándose

con el fruto del monte de los olivos

/

Será un mundo dentro de un mundo

y hay mundo para afirmar:

te habría gustado un mundo como este

con un dolor para cada semestre

para cada queja

contra los rascacielos de esta ciudad donde las ventanas reflejarán esa cama a medio llenar

te habría gustado un mundo como este con un desayuno continental

para sanar tu mente

tomar tus flores         y           seguir en tránsito

/

Meine Heimat bist du für immer. Todavía no conocíamos la pólvora. Espero que reciba la postal que le envié ayer. Nada viene. La espera posee vida eterna. El poema que habla de ti es tan real como tu sueño.


Treinta. Ahora las flores son tu sueño. Y tu sueño es el mundo que se destruye en la ilusión que la ficción no termina de escribir. Siguiente parada: Bat Yam. La playa es el sueño que absorbe mi mente, dejándola zarpar contra aquello que resiente.


[Tel Aviv, 5 de diciembre, otoño del neolítico solar —02:21]

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