El día de tu bisectriz
Tu primer vestigio de escritura. Esto es. Un dibujo, revoltijo aleatorio a la mitad de la pantalla chica que te armaron en un papel cualquiera. Un día de 1994. Años más tarde, descubriste la máquina de escribir y comenzaste a crear pilas y pilas de archivos que solo tú entendías. Quizás siempre supiste que documentar algún tipo de experiencia era, sí, custodiarla. También compartirla con quien fuese pasando por fuera del cuaderno. Coleccionar ríos de palabras. Aumentar su caudal. Convertirlos en bloquecitos inocuos. Formas de acceder a un secreto. Un secreto que es un tacto a distancia. Y no se siente tan nítido. La escritura se te aparece como una pregunta abierta desde siempre y que en el tiempo va, de ida y regreso, al origen y al fin. Nunca has sabido cómo llegan las palabras. Porque no se te dan tan fácil las palabras. Ignoras hasta cuándo vas a vivir. Pueden ser las últimas horas cuando estés tecleando estas flores y no lo sabrías. En algún momento, detener las palabras y decirte aquí te bajas y acampas en las faldas del lenguaje. Morirás en la belleza. En la belleza de tu mirada cortada en dos por la luz. La bisectriz de cómo callas. El sol y el mar se conectan en tu boca donde algo, muy parecido a ti, aprende a nadar en ese tenue suspiro entre el caos y la mente. Algo te pasa: eres un paisaje umbrío.
*Foto por Fer Olivares
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