La última entrevista imaginaria
Soñar lo que no se escribe, diciéndose. Decir lo que se escribe. O decir cómo no se escribe, sino cómo se está escribiendo sin escribir. Escritura sin escritura, un sueño o un trozo de imaginación, de imagen en acción. En el habla se van desenredando palabras e imágenes, los posibles desfases entre la causa y el efecto del lenguaje se acortan. Algunas ideas: La entrevista como parte de la literatura, más allá del dominio de la llamada “entrevista literaria”. La pregunta como modo de conocimiento. El diálogo como amplificador de la pregunta. El entrevistado es un sujeto poético, un personaje de fantasía y un objeto de la audacia del entrevistador. La pregunta funciona como extensión del pensamiento de un autor. Y no solo en un ámbito autobiográfico o crítico, sino como una manera de humanizar la práctica de la escritura o su sueño. El término “entrevista”, en su versión anglo (interview), aparece por vez primera en el siglo XVI, proveniente del verbo “entrever” y refiriéndose a la instancia formal en que se produce una reunión con personeros de la monarquía. Su evolución ha permitido generar perfiles, extraer información relevante y, en buen término, ofrecer guías y aclaraciones en el análisis y el estudio de obras literarias. En general, las preguntas que ocurren en una entrevista pueden volver en o a otra. Como carta de navegación. Como instrucciones de uso. Parece interesante el caso de la revista The Paris Review, desde su fundación en 1953, se posiciona como un eje generador de entrevistas a los escritores más destacados de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. La revista por mucho tiempo empleó un formato tipo de entrevistas para sentar datos biográficos de los entrevistados, es más en las compilaciones “Writers at Work” puede verse una muestra de eso. Pensando en la pérdida de las preguntas o en su recuperación para otro tiempo, otro lugar (un ejercicio xenocrónico), la entrevista imaginaria -un subgénero que no existe en lo absoluto o tal vez como un híbrido o un préstamo de otros lugares- opera como una comparecencia de sujetos completamente ajenos en una habitación donde el apropiacionismo está permitido para responder una y otra vez a las mismas preguntas. En esta entrevista imaginaria -la última- a Nicolás López-Pérez* hay una serie de preguntas que cambian su gravedad y destinatario original, para transformarse en una caja de resonancia de una voz tan inusitada como incógnita. Hace poco publicó un voluminoso libro de poesía (765 páginas) titulado De la naturaleza afectiva de la forma, por las editoriales Metaliteratura y Astronómica.
¿Cuál fue tu introducción a la literatura? ¿Alguien de tu familia escribía?
¿Introducción a la literatura? ¿Algo así como un curso, como un preámbulo? O una puerta de entrada. Mi vida en relación a la literatura ha sido un montón de puertas. Algunas que fueron una fiebre. Otras que fueron una almohada donde reclinar la cabeza. Siguen saliendo puertas. Aquí, allá. No sé si me introduje a la literatura. O es que sigo haciéndolo y nunca entro del todo. Al mismo tiempo, siento que siempre estuve ahí, bien nefelibata e inadaptado. Una ambivalencia hermosa. Mi primera educación literaria creo que estuvo en los dibujos animados y los videojuegos. Y los libros, en esa bisagra entre siglos, eran una gran forma de acceder al conocimiento. En ese tiempo, todavía valían la pena las enciclopedias y los manuales. Tuvimos una colección de bolsillo de Larousse, en historia universal y temas generales. Fue un choque con la Encarta y esos cds del grupo Zeta. Los dinosaurios, la flora y fauna, los templos egipcios. La internet, por 1998 no era lo que es hoy. No había wikis y el hambre de surfear era poca. El primer libro que recuerdo en mis manos fue un atlas del instituto geográfico militar, ese que estaba en buena parte de los hogares chilenos. La primera lectura, con imágenes, con colores. Los nombres eran meros vectores, conductores que iban añadiendo el contenido para imaginar. El primer poema que leí, también lo declamé en público. Fue “Oda al caldillo de congrio” de Pablo Neruda. Estaba en el libro de texto del primer ciclo, junto con otro de Gabriela Mistral. Los primeros libros quizás en la adolescencia. No recuerdo por donde partí.
Sobre la otra pregunta, que yo sepa no hay ningún literato en la familia. Pero en mi historia hubo gestos de lectura y escritura que me llamaron la atención. Las “comunicaciones” que se enviaban al colegio en una libreta ad hoc. Algunas excusas, otras peticiones. Un enorme acto de habla. Mi hijo no puede hacer educación física o hago presente que no pudimos conseguir el block de dibujo aún. Para transformar el tiempo de una clase en otra cosa. Y el lenguaje me iba demostrando, bien de niño, que se podían hacer cosas con palabras, con enunciados. Mi abuelo materno leía novelitas western. Extra Oeste, una serie de libritos de bolsillo con pistoleros, cantinas y esas representaciones que hicieron famosos a Sergio Leone y a Clint Eastwood. En casa conservan documentos, fotos, cachureos, materiales que tal vez puedan reconstruir parte de una ficción de infancia o de historia familiar que nos diga algo sobre el presente o el futuro.
¿Recuerdas cuando empezaste a escribir? ¿Cómo lo hiciste?
De empezar a escribir, no he llegado a evocar un punto cero. Cuando chico era bueno para hacer almanaques, registros y colecciones. Me llamaba la atención el poder enciclopédico de algunos libros, de los álbumes de láminas. Un atlas geográfico, una serie de historia universal, un libro que se llamaba “Chile a color”. Me fije en ese misceláneo que ofrecían esos libros. Tenía muchos cuadernos. Mis preferidos eran de marca Mistral, de cuarenta hojas. Creaba mundos, hacía dibujos. Escribía en máquina de escribir. En casa había una Olivetti Lettera, en el trabajo de mi papá también había una, creo que era el mismo modelo. Compendiaba cosas. Creo que la escritura, pensando en algo con un relato o un poema vino con el soporte digital. Tuve varios blogs y archivos word donde iba tejiendo algunas cosas con la urgencia de la emoción. Hoy los consideraría como testimonio de algunas circunstancias. Agarré otro vuelo cuando empecé a macerar lo que escribía, con otra consciencia. La de un texto que ya viene trabajado en la cabeza, como pensamiento o como sueño. Y la de un texto que tiene distintos manantiales de donde come, la literatura, la vida, las referencias, el acervo del que están hechos esos cruces y puentes entre ideas y sentimiento.
¿Te gustaría hablar sobre tu infancia?
No sabría por dónde empezar. Quizás armar un relato intencionado para decir A o B, tendría que hacer una discriminación de cuáles recuerdos sirven para ponerle el rótulo infancia a algo. O se resume en un período de tiempo de tal a cual edad o se apela a un nombre genérico para decir “cuando chico”. Generalidades. De pronto, un par de anécdotas formativas o apuntes conducentes a una Bildungsroman imaginaria. Un día estaba en el colegio, tenía unos nueve o diez años, corriendo en un recreo llegué a la sala de profesores. Era un lugar nuevo y desconocido. Dos mesas de vidrio y muchas sillas ordenadas. Un librero con algunos recursos. Un busto con un tipo bien enojado. Abajo solo decía DOLOR. Tuve esa imagen por harto tiempo. Me desconcertó. Cuando llegué a casa le pregunté a mi papá qué es el dolor. Me dijo es cuando te duele algo, cuando te pegas. Miro en perspectiva eso y el dolor tiene que ver con eso y más. Esas preguntas de niño ocultan una tremenda complejidad. Lo decía Marc Bloch, historiador francés, después de que su hijo le preguntara qué es la historia. Me recuerdo de las veces que acompañaba a uno de mis hermanos a conectarse a Internet. Habían inaugurado una biblioteca cerca de la casa con acceso gratuito y limitado por turnos para los vecinos, creo que ya tenía 11 años. Mientras él estaba al pc, me paseaba por los anaqueles, maravillándome y no entendiendo en la diversidad de diseños, colores, tamaños de libros. Me la pasaba mirando solo por curiosidad, acercándome bien a lo lejos al libro. Era divertido. También íbamos a un “Bibliovagón” que estaba a veinte minutos caminando. En ese los libros estaban más cerca de los usuarios. Los anaqueles eran compartimientos de la cabina, había pequeñas, repisas incrustadas en un espacio reducido. Te daba una experiencia rara, ganas de despegarte del PC que tenía conexión a Internet y meterte en un libro, para formar y no parte del paisaje de un vagón de tren que no se movía. Un libro cerrado como una botella de agua sellada. A la sensación de sed, la abres para tomarte todo lo que tiene dentro.
¿Y de dónde proviene esta sed por los libros?
Es gracioso lo de la sed por los libros. Un amigo que vendía libros en la universidad –tenía una mesita y se instalaba de lunes a miércoles- me decía que le parece raro que una persona pase por su lado y no note los libros o cuya indiferencia haga presumir un desinterés por los libros. Las cosas parecen raras, desde un punto de vista. Me inquietan las antípodas de esto. El lugar donde no nos parece raro. Una zona de confort bajo la palabra normal y sus derivados. Quizás, para ir a la pregunta de la sed, viene en la diferencia. Así como dicen que lo prohibido atrae, lo diferente llama la atención. Por eso suele haber reacción. Lo curioso es cómo el libro ha sobrevivido tanto tiempo, considerando que su fuerte no es su valor monetario.
¿Qué moldeó tu obra y contribuyó a tu desarrollo como poeta?
A veces recuerdo que vi
La Naranja Mecánica de Kubrick a los
12. No la vi completa sino poco más de una hora. Fue en el colegio. El profesor
jefe la colocó en una de esas jornadas pedagógicas de reflexión. Ni idea qué
pasó por su cabeza. La vi completa ya a los 17, también en el colegio. El
profesor de filosofía era cinéfilo y la usó para hablarnos de Freud y Foucault.
Era un tipo con ganas de dialogar o soplar un diente de león en cabezas que
estaban engrasándose de mundo, de seguro. No sé si esa adaptación moldeó mi
obra. El cine es un río donde voy a bañarme y del que salgo con algo, una
visión de mundo, un diálogo inusual, una posibilidad de conectar cables
distintos entre sí o el movimiento de una combinación de cosas o imágenes tan
desconocido como sorprendente. La formación en humanidades también tiene algo
de responsabilidad en las señales de ruta. Textos de filosofía, teología, por
ejemplo. ¿Qué es la literatura? de
Jean-Paul Sartre fue importante en su momento. A propósito de esas preguntas
que son ir a buscar lana y salir trasquilado. De ese libro, una idea fuerza. Para
el ser humano las palabras están domesticadas, mientras que para el poeta se
encuentran en estado salvaje. Y pienso en textos que lo dejan a uno, como se
dice en chileno, marcando ocupado. “Galope muerto” de Neruda, “La paz, la
avispa…” de Vallejo (un poema notable que se sostiene por y en cada palabra),
“Poema doble del lago Eden” de Lorca. En fin, tantos más. El temor es el usual,
el de olvidar ante enumerar. Insisto en los dibujos animados y los videojuegos
como contribuciones. La música, por supuesto, y no quiero dejar de mencionar la
lectura de textos cuyo vistazo común ha sido en el plano devocional y de culto.
La Biblia, el Corán, el Popol Vuh, los Upanishads, el Dhammapada, entre otros. Junto
a los que en su momento fueron base y engranaje de la civilización grecolatina.
Puede ser que todas estas cosas tengan un cauce común, aún no lo sé bien, ¿será
esa capacidad de equilibrar la opacidad y transparencia de “lo humano” en el
mundo?
¿Por qué, entre todas las formas de expresión, haz elegido la poesía?
Hubo una
elección, no sé ni cuándo ni cómo. Poesía es un estado. Hay una cadena de
favores y decisiones sobre el lenguaje y lo que se promete comunicar. Eso se va
dando con naturalidad. Del estado, puestas en escena, instalaciones, instantes
de reconocimiento en que nadie me reconoce y llego a ser yo mismo en un espacio
entre la mente y el cuerpo. De ahí, salgo y el sedimento es un enorme mar de
referencias y conexiones que se van descascarando entre sujeto y abismo. Las
olas de ese mar son pliegues de melancolía, pensamiento y desesperación. No sé
muy bien con qué contraponer a la poesía. Creo que es muy distinto de sus
compañeros de taxonomía, para no decir géneros literarios. Esta categoría es
muy pequeña incluso para los artefactos de la literatura misma. En especial, la
novela –considerando su evolución histórica y flujos de lenguaje-, el ensayo
–haciendo gimnasia del pensamiento- y el teatro. Conservando los géneros
literarios, yo creo que ahí hay más trabajo de lectura que de escritura. Uno
escribe como va leyendo, otro escribe como va creyendo que las cosas son y
deben ser. El género hoy no nace en la escritura, sino en la lectura.
Literatura de uso, de desarme, de cirugía.
¿Es posible el aprendizaje de la poesía?
Depende del
punto de vista que adoptes. Por ejemplo, podría pensarse que la poesía no puede
ni enseñarse ni aprenderse, quedando la posibilidad del “poetizar” como una
capacidad a estimular o iniciar. O podría pensarse en la poesía como un saber
histórico, un repositorio de conocimiento. Esto sería enseñable y aprehensible
a partir de un criterio pedagógico a precisar. En ese punto sirven las
taxonomías, generaciones y demás construcciones que tanto los estudios como la
crítica literaria han generado. A mí me parece mucho más emocionante generar
una instancia de aprendizaje no del qué ni el por qué sobre las palabras, sino del
cómo. Y esto acompañado de un verbo que prometa bisturí. Hacer, usar, doblar,
desarmar, recortar, significar, pegar, ordenar, desordenar, fragmentar, operar.
La poesía como un laboratorio de investigaciones mentales. Con la palabra, se
bosqueja. La palabra es el hilo, el contenido de la pregunta, la persecución
del misterio, de lo que se derrama entre relaciones inusitadas de cosas que
probablemente no tengan nada que ver en otro lugar. La palabra encuentra lo
continuo en lo discontinuo y la poesía, un silencio de fondo en un puño que se
abre y suelta. Sea o no poesía, aquí, en la República de Alto Volta o en la
Polinesia del siglo III.
June Jordan escribió que “la poesía no es una lista de compras, una disquisición casual sobre los colores del cielo, un ensueño soporífero, o una cuña de sticker. La poesía es una acción política”, ¿qué es la poesía para ti?
Por política, dos
ideas preliminares. Primero, polis,
la unidad de agencia de un espacio y bajo que lineamientos se ha de organizar.
Luego, polémos, el desacuerdo, el
conflicto sobre esa agencia. La poesía solo como acción política me parece una
reducción enceguecedora. June Jordan fue una potente activista por la igualdad
de género y la población afroamericana. Y su poética, por ejemplo, en “Poema
sobre mis derechos”, guarda un compromiso político, cuestionando las texturas y
tejidos que cubren la opresión a la mujer. Para mí, la poesía no se queda solo
en un lugar, no es invitada a una sola fiesta. Creo que el poema es más
proclive a pegarse a un acervo en particular. Terry Eagleton decía que un poema
es una declaración moral. Ahí estamos hablando de poema, de objeto, aunque se quiera
construir un sujeto. La poesía quema etapas de nuestras vidas. Y en el momento
que las vemos arder, que están completamente expuestas y nosotros vulnerables,
hay un incremento de consciencia, un acceso de lucidez. Se puede avistar un
lugar nuevo o reconocer un lugar viejo. Recibimos algo, desinteresado, cesante,
y, a la vez, materia prima para transformar los impactos del ánimo en un
pensamiento que orbita en la cabeza. Un pensamiento que puede salir,
escribiéndose, incorporándose a un círculo de más fuego o que nos pone de lleno
en la vida misma. A la postre, creemos que ocurre algo de inmediato. Y no. Esas
cosas toman tiempo. No cambia al mundo, te cambia a ti. La poesía es el
estallido de la percepción, el primer brote de la semilla. La poesía es un
acontecimiento, un ejercicio personal de resurrección en medio del caos.
¿Mostrar la vulnerabilidad, la vergüenza y el miedo es una manera de compensar que escribe sobre sí mismo? ¿Estamos atrapados en la ficción?
El contenido
de la escritura establece, en un texto, en un libro, una elección de intereses.
La poesía no necesariamente es una zona de confort, tampoco la entrega de
seguridad ocurre. Es una casita para estar a solas, sí, habitando contra todo.
Incluso contra uno mismo. Vivimos en una era de paradojas y burbujas
polarizadas. No solo funciona el divide y vencerás, también el uniforma y
vencerás. Una pérdida de la capacidad crítica está en sumirse en la subjetividad,
buscando disfrazarla de espacio objetivo. Hay un valor en la vergüenza y el
miedo presentes en el factor biográfico de uno y que, articulados en la urgencia
del reconocimiento ajeno, son traducidos en escritura. Y con ello, una
reivindicación del propio derecho a la felicidad como derecho a gozar sin
intervención externa. Hay una suerte de libertad impostada, se es prisionero de
una idea de libertad. La vulnerabilidad es algo que se mete debajo de la
alfombra. Las representaciones literarias y artísticas suelen exhibirla como un
producto histórico y parte de un relato. Todos estamos en peligro, como decía
Pasolini en su última entrevista. La ficción es algo que nos oxigena en la
incertidumbre. Tal vez estamos atrapados en un relato ficticio del presente. Me
siento más escéptico del presente que del futuro, ¿o puede ser peor? Tal vez es
una gran novela donde somos consumidores de nuestros propios sueños y donde
exageramos el potencial de nuestra época como de una excepcionalidad abismante.
Hay fenómenos de control que no he logrado desentrañar del todo, pero que me
llaman la atención. Algunos ejemplos son las tendencias de búsqueda en Google y
el contenido de los perfiles de las personas en redes sociales en una década,
sumado a una pulsión al vigilar, castigar, bloquear y ridiculizar. La reacción
se come al diálogo. Pongo ojo en esos usos inicuos de la Internet.
¿Escribes tus sueños? ¿Cómo comienzas un nuevo trabajo?
A veces. Como
apuntes, como materia prima, como extensión de la vida misma. En la composición
clásica, la mente es parte consciente, subconsciente e inconsciente. Cuando
puedes bucear alrededor del gran iceberg que es la propia cabeza, vale revisar y
transformar la energía de las cosas. El sueño tiene algo que la vigilia no,
algo que deslumbró a Vladimir Nabokov en sus experimentos con el tiempo. Esa
posibilidad de estar en dos escenas que se suceden en un parpadeo. Algo que
puede producirse al cambiar de ambiente, al atravesar una simple puerta. Estar
en una casa de playa y luego, en la casa de tus padres. El código que algo te
quiere decir y no. El manejo de los símbolos es fuerte ahí. En la escritura eso
puede ocurrir, pero el cuidado con el –digamos- salto cuántico propio del sueño
puede resultar inconexo e inoportuno. Paul Celan, en su conferencia “El
meridiano” decía: “lo absurdo da testimonio a la presencia de lo humano”. En
los símbolos, un buen punto de partida. Mi idea es trabajar “lo humano” como un
vector de los residuos del pensamiento. Al escribir, sostener la imagen cuando
pueda y dejarla que se rompa en mil pedazos. Que el texto pueda resistirse a la
inteligencia, que no se acostumbre a las palabras, que su fuerza de gravedad
esté entre la semiosis y la sinergia de un mundo cuya última chance es imaginar
su humanidad.
En tu formación como escritor, ¿cuáles son aquell_s escritor:s que sientes que te influenciaron realmente? ¿Y cómo llegó a ell/s? Por otra parte, ¿cuál es tu relación con los borradores? ¿Acaso escribes y después desechas? ¿Es producto de la reflexión o es un acto emocional?
Más que escritor:s, obras y el despliegue en la construcción de un texto. En la obra uno puede ver los vaivenes y transformaciones de una autoría, de una visión de mundo, de un gran pensamiento literario que cruza una carencia de principio y de final. Me ha llegado mucho lo obrado por Marosa di Giorgio, Herta Müller, Constantino Cavafis, Peter Handke, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Raúl Zurita, Georges Perec, Jorge Luis Borges, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro, Michel de Montaigne, Franz Kafka. A algun:s de est:s escritor:s llegué por curiosidad. Al oír, leer el nombre en algún lugar, junto a un extracto o referencia. A otr:s, por recomendación amiga. Esas recomendaciones sentidas, la persona que la hace sabe que eso es para ti. Un acto de amor, un salto de fe.
Los borradores son un estado. La escritura puede
ser como los lavaderos de oro. Ir al canal, al estero, al río y sacar
sedimentos bajo el agua para encontrar oro. O como un proceso de fermentación. Los
borradores son un procedimiento en sí mismo. Preparo un texto, archivo o solía
compartirlo en Instagram, una especie de cuaderno abierto en línea. Más y menos
que un blog. Sin ninguna pretensión, en realidad. Tan solo empieza un viaje. Tal
vez ese borrador ya es un texto parecido al definitivo, tiempo al tiempo. No sé
bien si hay desecho. El olvido no me lo dice. Ni me lo dirá. El borrador es una
idea en barbecho, va con el estado de ánimo de su parto y cuando vuelve, se
mezcla con otro estado de ánimo.
Uno es idea y es experimento, es una de las cosas en los que su escritura trabaja, y consiste en pensarlo de la manera siguiente: ¿qué ocurre en el interior de este minisegundo en que uno tiene la mente en blanco, cómo sería si uno lo mirara, si uno ampliará este momento en grande? Uno vería en el interior de esta pequeña fracción de segundo como una especie de enorme conversación, como en la bolsa de valores, con toda una serie de interpretaciones o de identidades posibles, y cada una tiene sus razones para defender su modo de hacerlo, en una discusión rapidísima, basta que una resulta la ganadora y eso lo traducimos o expresamos en “entonces decidí que” o “entonces pensé que”,- pero en el interior hubo todo un proceso que es inaccesible a la introspección, completamente inaccesible, que pasa en un tiempo muy rápido, son milésimos de segundo y, sin embargo, uno puede ver bien los procesos neurofisiológicos. Y de ahí viene el interés por el poema, ¿por qué?
¿Qué ocurre? Un misterio. Un viaje de átomos
desde el caos hasta el vacío. El intervalo de un grito que interrumpe un
silencio continúo en el mundo. Un instante más veloz que la misma velocidad de
la luz. Hay un verso de Homero Aridjis que dice “más rápido que la velocidad va
el pensamiento”. El instante de la escritura misma en “El grafógrafo” de
Salvador Elizondo está representado con gran maestría. El hablante en el texto
se desdobla, viéndose escribir y viendo lo escrito. Es espectador y actor. La
velocidad de las conexiones neuronales, de los impulsos nerviosos, del tráfico
de información es inconmensurable, ¿cuántas cosas se pueden pensar al mismo
tiempo? ¿Cuántas conexiones posibles? El poema puede ser información, como cree
Leonard Cohen en “Cómo expresar la poesía”. Creo que va más allá de eso. Se
de-tienen las preguntas sobre algo. El poema funciona como un todo orgánico y
se organiza, más o menos, como un
ejercicio de concentración. A través de las palabras no se designa una cosa –la
palabra nunca es más que la cosa misma- sino que se sustituye su ausencia. El
lenguaje sirve para negar el mundo tal cual es.
¿Hay o no una escritura poética? ¿Hay una marca específica que pueda delimitar cuándo un texto es poético y cuándo no?
El poema queda sesgado en flor o triunfa
demasiado de prisa. En un campo de maniobras donde el detalle recupera su
libertad. Estamos leyendo millones de palabras en el espacio de miles de libros
no escritos y que no sé si necesitaríamos. Hay y no hay una escritura poética.
Tiene que ver con la transmisión, con la viscosidad de lo que se va diciendo,
haciendo y soñando. El poeta gringo Charles Simic se pregunta “¿Y si los poetas
fueran capaces / de transmitir el sentimiento de un período histórico / mejor
que nadie?” Hay una resistencia y una complicidad con la desgarradura
biográfica. El testimonio, por ejemplo, en el caso de Raúl Zurita, es escritura
poética. Al mismo tiempo, el reverso que hace Zurita con el paisaje chileno es
interesante. No lo ensalza como se suele encontrar en sus predecesores, sino
que lo coloca como cortina para proyectar una escena donde si bien brota la
subjetividad, despierta un espacio de autonomía del hablante lírico. Es
precisamente ese lugar donde convergen un montón de cosas. Pasión, forma,
palabra, relato, ¿esto sería como una marca? No lo sé. Pasolini hablaba de
darle estilo al caos. El poeta queda como un mozo que pone la mesa donde no va
a comer. Para mí lo poético en sí es algo que varía en la forma como cada autor
trabaja los materiales que tiene a disposición. Distinto es lograrlo o no. La
poesía escapa, es como el canto de un grillo que guardamos en un frasco. En
China esto es un producto muy cotizado. Y el canto de ese grillo traspasa su
propia jaula. Es hermoso. En esta metáfora ningún grillo salió lastimado.
¿Cuándo termina la poesía en tu vida? ¿Cuándo consideras terminado un poema?
Cuando leo libros de poesía, poemas sueltos en
internet. Cuando veo disquisiciones sobre verdad y ficción en el poema. Termina
y termina en bancarrota. Mucha miseria en la intuición. Cuando las cosas no me
llevan a ningún lugar común y me aburren. Me gusta viajar con las cosas que
escribo, a veces las arrojo de un auto en movimiento, otras me arrojan de un
avión sin proporcionarme paracaídas. Verme en caída libre es que algo quizás
funciona ok.
¿Cuál es la mejor forma de leer la poesía: en voz alta para un público o en silencio para uno mismo?
¿Mejor, peor? Depende del estado de ánimo, del
texto, de la energía, de la fuerza que vaya fluyendo por las palabras ya
escritas. La poesía, a la postre, es personal. Los poemas, soledades que ningún
viento quiere llevarse. Un arma de construcción masiva. El rito de hacerlo en
público es hermoso. Me gusta oír poetas. A veces los busco en youtube o en
otros repositorios donde las voces están grabadas. El audiolibro es algo que promueve
un revival del poeta que grababa en estudio. Los primeros poetas que
registraron sus voces fueron Robert Browning y Walt Whitman. Unas grabaciones
muy breves. Hace unos días oía a Chantal Maillard y Ezra Pound. Joyas de la
poesía universal. A la pregunta, con guiño a pandemia, escuchar con audífonos
al poeta leyendo.
¿Crees que el mundo moderno ha cambiado las formas en que se puede escribir poesía?
La escritura
en sí, es una tecnología. La poesía puede ser vista como una técnica, como la
medicina emplea los conocimientos de la biología. La medicina no es una
ciencia. Pienso en esa distinción entre ciencia y técnica. Lo otro, referente a
la técnica de escribir poesía, poemas, es un tema distinto. Con la técnica como
“modo de hacer” (¿o de ver? oh poeta vidente) en poesía, en artes, en
literatura hay un posicionamiento sobre un concepto inmanente. La poesía es. A
contrario sensu, de “estar en poesía”. La inmanencia del concepto nos deja
pegados a una manera de concretar, que se defiende en estado muchedumbre u
horda. Hay una periferia de la poesía, en cada ordenación sistemática
(generación, canon, zona, grupo, colectivo), no que va renegando de la técnica,
sino que va trazando sus propias alianzas con el intersticio escatológico e
intocable del lenguaje articulado y lo que ese produce en quien lee. Se abre
camino al cómo hacer con el lenguaje. Esto puede sonar sencillo. Lo es, por la
noche. El problema es al día siguiente. Cuando se dice mundo moderno, la
poesía, después de la invención y auge de la imprenta, ha cambiado ligeramente
su fuente de interacciones con el mundo. Ha pasado por una poesía animista como
la escrita desde el viaje de Colón, por ejemplo, con San Juan de la Cruz como
buen exponente hasta el romanticismo, punto en que una poesía corporal toma
mayor fuerza, rearticulando el inicio y término del deseo. Inclusive, se libera
la métrica, el verso libre que llega a parecer predominante es mucho más joven
que los Estados-nación latinoamericanos. En los últimos 30 años, hay una poesía
mental que ha minado y continúa minando los márgenes de lo posible. Una poesía
que con un átomo crea el mundo, una poesía de cosmos potencial. En ese plano,
creo que Latinoamérica goza de nuevas camadas muy interesantes y esperanzadoras
en el retorcimiento de la lengua.
¿Qué ha cambiado en y para la poesía después de Internet?
La huella de carbono
que deja la poesía es cada vez mayor. Contra todo pronóstico. Nunca antes se
escribieron tantos poemas y nunca antes se escucharon tan poco los poetas.
Nunca antes se publicaron tantos libros de poesía y nunca antes hubo bodegas
llenas y ventas de saldos de poesía. La era de las paradojas tocó a la poesía.
Ha cambiado el acceso, la difusión y veo una evolución en las interacciones
multimediales de una ¿escritura poética? Internet puede verse como esa
biblioteca que describía Borges. Hasta cierto punto. Puedes tomar la obra de
alguien, darle un copyleft, hacer y deshacer con ella. Hay repositorios
interesantes en Archive.org, Ubuweb, PennSound, incluso Memoriachilena.cl. Y
hay más, blogs y páginas de piratería o redes de archivos compartidos como
Library Genesis o Scribd. Nunca habíamos sido tan ricos en conocimiento. Al
alcance de la mano, un rato buscando, más el scroll (del dedo o el mouse) y la
mirada atenta en complicidad con el azar. La reescritura es un fenómeno que se
da al trabajar los materiales de escrituras previas, transiciones a escrituras
potenciales y futuras. Un nuevo siglo para la literatura, al menos. En Internet
hay de todo, desde un soneto hasta la nada. Hace unos días un amigo me envió un
enlace de Youtube. Era un tipo que tomaba una frase de Pulp Fiction, donde
Jules antes de volarle los sesos a un tipo, le lee un pasaje del libro de
Ezequiel. Le aplicaba unos efectos para insertarlo en un ritmo de batería más
un par de instrumentos de cuerda. Música estilo chill out. Reapropiándose de
una escena de un filme de culto. Hay un campo de maniobras muy fértil.
Estrategias exploratorias, curiosidad, en aras a ampliar y amplificar las
posibilidades del poema. Esto no hace necesariamente mejor a un poema ni a la
poesía. Todo el mundo es un potencial autor, me gusta y me asusta. Nos deja en
un punto multidimensional y plural de sensibilidades y un darwinismo creativo
sujeto a la agenda setting. Pequeñas aldeas en una gran aldea global.
Aristóteles vuelve para clasificar y la poesía entra en las etiquetas. Aunque
la defensa de qué es lo poético puede llegar a ser una guerra infructuosa.
Las imágenes son cada vez más importantes en las estrategias de comunicación online, ¿cómo te las arreglas con la tecnología?
Online, todo ingresa
por los ojos. Con la vista se toca, se comparte. Y desde ahí, un paso a la
sensación, un zanco que es bloqueado por la reacción y la aceleración de los
movimientos. La reacción llega hasta el mundo real. Es casi lo mismo que en
Facebook: te gusta, te divierte, te encanta, te entristece o te enoja. La
función de control se descentraliza, salta a los individuos. La sensibilidad llega, llega tarde, se
confunde entre la intuición y la reacción. Me gusta la tecnología, pero a la
vez me preocupa, en la ingravidez, su obsolescencia y el manejo de la chatarra
electrónica. Trato de integrar el procesador de textos y la herramienta de
diseño para amplificar lo que voy creando. La estrategia de cómo planteas esa
promesa de comunicar algo a través del poema es interesante. De la lectura,
algo queda, de alguna manera. Una frase, una sintaxis, una imagen, un sonido.
Nuevamente el cómo. Un poema que se sujeta solo a partir de imágenes (o
referencias pop) puede tener una estructura funcional similar a un meme.
¿Te habría gustado no existir tú y ser inventado?
Sí. Me habría gustado
ser un libro como el Mahabharata, un personaje de Joyce, un monólogo como en Insultos al público de Handke, el tipo
que nunca llega como en la obra de Beckett, la carne hecha verbo como en la
escritura de Anaïs Nin, una canción de The Doors o una película escrita por
Charlie Kaufman o Sergei Paradjanov.
¿Qué te preguntarías, si tuvieras que entrevistarte a ti mismo?
¡Pregunta tema libre!
Qué nervios. Recuerdo cuando en un examen oral en la escuela de derecho saqué
una cédula en blanco (yo ponía las preguntas). Había olvidado todo lo que
estudié para el certamen, estuve fascinado leyendo un libro sobre Wittgenstein,
y me precipité con las cuestiones elementales del curso. Pasé apenas. No sé,
tal vez me preguntaría ¿qué has aprendido del lenguaje? Y me quedaría callado.
¿Existe alguna solución para que no nos aturda el exceso de información? Philip Roth dijo que la literatura había muerto. ¿Qué opinas?
Nos gustan las
escatologías. Hablar del fin de algo es como hablar del clima. El fin de la
poesía es bien imaginable por los poetas. El fin del mundo, por el grueso de la
gente. Y, ¿el fin del capitalismo? Según Google Trends, en el mundo se buscó
mucho esto cuando ocurrió la crisis Subprime, el 2008. Y Philip Roth ha muerto.
Me encantaría que Milan Kundera le hubiese devuelto la pregunta, que le hizo en
1975, al revés, ¿cree usted que la destrucción del mundo ya no llegará? Vamos
en una línea recta, en un gran collage entre el absurdo y lo pasional.
Entremedio se cuela lo real, lo simbólico y lo imaginario. Es un presente
perpetuo, Sísifo hecho Kafka y con un Smartphone, Netflix y tal vez Tinder.
Creo que el aturdimiento es una cosa personal, hay un exceso de información
irrelevante, de poemas que no sé si el mundo necesita. La pulsión de hablar y
opinar, en ejercicio de una libertad o un derecho que se supone se tiene, es
gigantesca. No necesariamente tengo que gastar el dinero que tengo, ¿o sí? Cada
vez que se proclama muerta la literatura, vive un poco más. Como las giras de
despedida de una banda. La literatura va a seguir ahí, mientras haya textos
para leerlos como literatura. Incluso si la autoría desaparece por completo.
Incluso si forzamos una eutanasia digital y nos amputamos las cuentas de las
redes sociales.
En un contexto en el que se multiplican las fake news, ¿crees que a la gente le interesa la verdad? ¿Cómo definiría la relación de las personas con la verdad? ¿Quién definiría qué es lo verdadero y qué no es verdadero?
Lo que interesa es hacer algo frente al lenguaje.
Frente a un enunciado capaz de remecer el ánimo. La emoción puede pasar algo
como verdad. En el colosal y triste atropello de la validez de las emociones
como invenciones. Nos vamos sobrevalidando entre nosotros. Quizás por el
ocultamiento tácito de la vulnerabilidad, para que hablen de uno, para no caer
en el olvido. De lo emocionante, el pathos. La catarsis por lo que llega. La
relación con la verdad puede ser miope o astigmática. Hasta el espectáculo de
las sensaciones. La subjetividad, clausura. Si nos podemos poner de acuerdo,
vamos construyendo una verdad o generando un valor veritativo que se puede
defender. Las fake news tienen éxito por las paradojas de este tiempo. Por
ejemplo, nunca antes nos unió tanto la desconfianza y nunca antes fue tan fácil
confiar en la gente. Hay una buena fe ahí en la transmisión de los datos. El
pathos eclipsa el logos. Lo posee. El pathos común puede ser una varilla para
quedarse con algo. Mientras importa. Al pathos que es el sentir (también, el
padecer), hay otro camino posible. El del deseo. En ese plano, la verdad viene
dada para hablar sobre qué es lo deseable, cómo desearlo y desde dónde
relacionarnos con el o los objetos de deseo. Luego se logra un punto de
certeza, se reconoce algo como tal. Se determina, se define. Después, se
identifica. Las aplicaciones son un gran sistema regulador de todo esto. Como
los punto exe del Windows, ejecutables de un programa. Uno que en lugar de
meterte a la Matrix, produce una interacción entre mentes y cuerpos que incide
en la vida cotidiana. Con las aplicaciones, uno está enchufado. La producción
de verdad, como información o deseo, al servicio del usuario o consumidor. Y de
la verdad, al sentido. Un entramado magistral. Más aún cuando se intercala
“gustar” con “seguir”. El fenómeno de los que prometen una comunicación más verdadera
con uno mismo.
¿A dónde ves que se dirige el mundo? ¿Y la literatura?
La literatura,
a un choque, entre los vaticinios de Walter Benjamin y Andy Warhol. En el
futuro, todos seremos autores y todos tendremos nuestros quince minutos de
fama. O, como decía Pablo Fernández, un amigo escritor, quince minutos de funa
(escrache). En realidad, eso y el triunfo de un hartazgo de yoes prematuramente
gestionados, de hablantes líricos que nos reconduzcan a ser un testimonio de
estados de ánimo pasajeros, víctimas de la inmensa angustia y desesperación. Y
ese triunfo, de la mano con el lenguaje de la publicidad. Lo que tomamos porque
sentimos nos dice algo. Como “You only live once”. Tal vez una expresión que
tiene más reproducciones y adeptos que un poema o una canción de The Beatles. Y
eso porque ya está dicho, nombra lo que nombra y no dice lo que dice. A la
postre, vives. La poesía tiene la capacidad de constituir, de destituir
significados. Por otra parte, siento que el mundo da gestos de saltar hacia
atrás, de retornar a un feudalismo que acaba de quemar las naves de la
modernidad. Las interacciones en la Internet se vuelven como una parrilla
televisiva. Se va decidiendo más o menos lo que se quiere ver o con quién uno
se quiere relacionar. El mundo se dirige a una irrefrenable encrucijada de
decisiones. Todo el tiempo estamos haciendo eso. Optando por una cosa u otra.
Incluso no tomando decisiones, las estamos tomando. Cuando pensamos que el
mundo se desempeora en las maneras de relacionarnos o de ver a los demás, el
capitalismo toma ventaja haciéndose más ecológico. Cuando creemos que somos
conscientes de la historia y pensamos en el futuro, quizás solo estamos embriagados
de presente. Usar el plural tiene sus desventajas. Puede ser peligroso. Y esto
me lo digo a mi mismo, hablando en nosotros.
¿Qué puede ser vanguardia después de casi un siglo de vanguardias literarias?
¿Qué es lo primero que se viene a la cabeza
cuando se dice vanguardia literaria? ¿Será una visión eurocéntrica? Hay una
indefectible asociación de eso con la guerra. Grupos de artistas y escritores.
Francia, Rusia, gente perdiendo horas de sueño, pasando días tras días en
cafés, urdiendo quiebres, rupturas. Latinoamérica, a partir del modernismo de
Rubén Darío, irrumpía fuerte en la disputa de la lengua castellana. Inicia,
algo así como un primer siglo de oro de la poesía en el continente. El
modernismo rápidamente se irradió a los demás países y su influjo quedó.
Vicente Huidobro y su creacionismo se insertaron en los circuitos europeos.
Chile tuvo hasta un presidente DADÁ en Joaquín (Jacques) Edwards Bello. La
vanguardia literaria en Perú fue importante en la década de los años 20.
Estamos próximos a celebrar el centenario de Trilce de Vallejo. Éste, en un ensayo de 1926, a propósito de la
denominación “poesía nueva” habla de ir más allá de las palabras al construir
un poema, sino a crearlo después de asimilar los materiales nuevos y
convertirlos en sensibilidad. Vanguardia es, a estas alturas, una actitud. Si
buscamos puntos en común -sí, podemos visitar la página de Ubuweb y ver cuántos
vanguardistas están en la misma fiesta, ¡guau!- lo vanguardista es una puesta
en escena del proceso de la obra misma. Devuelve a la imaginación a un mundo
sin imaginación, un mundo que ha asumido la tumefacción y estancamiento de las
formas. La vanguardia, como actitud, puede ser como el consejo zen de que si
llegas a la cima de una montaña, sigues subiendo. Lo que puede ser vanguardia
o, en realidad, lo que sigue siendo, esa capacidad de modificar la lectura. En
cierta medida, el gesto primigenio de Marcel Duchamp de cambiar de lugar, de
contexto, de significado, al urinario y ponerlo en un museo, es notable. La
capacidad de ser otra cosa. El yo es otro de Rimbaud, pero también el estallido
de las percepciones al mutar. Como si estuviéramos haciéndole preguntas al I
Ching y viendo, en la impermanencia, lo que está cambiando, aunque sea en slow
motion. La vanguardia inquieta, incómoda, descoloca de la zona de confort al
enfrentarse a una obra. Le quita esa certidumbre de futuro. La lectura queda en
estado salvaje. El ejercicio del lenguaje es un ejercicio de poder. Vanguardia
como ir de avanzada, como ser el primero en probar un trago para ver si está
envenenado. Nada tan cool. Solo correr un riesgo, como jugar a la ruleta en el
Caesars Palace o en un poema de Mijaíl Lérmontov. El todo por el todo.
“Escribir significa destruir”, ¿en qué sentido?
¿Vaguedad, polisemia?
Escribir un enunciado, entenderlo desde el punto de vista A. Y no del B, del C,
o de las demás acepciones o contextos que pueda tener una expresión o una
palabra. Quizás pienso en perder formas, en cambiar enfoques, en otra ropa a
vestir. O en exponer una obra, un texto a un punto donde no puede negar su
vulnerabilidad. Y desde ahí, hacerlo crecer o saber que habrá otra escritura
potencial que va a llenar un lugar donde esa escritura expuesta no funciona. O
en el teorema de la sociedad de consumo, de Pasolini (tener, poseer, destruir),
eso nos pasa al traspasar a la escritura nuestra propia experiencia. Lo que
ocurre con las noticias o con el contenido que vamos ¿creando? (subiendo a) en
las redes sociales. O en la anécdota que cuenta Edmond Jabès con Max Jacob,
cuando este último le rompe un poema para poder hablar de él con mayor
claridad. Un símil con las pérdidas y con esos fantásticos libros que hablan
sobre lo que se ha perdido. Quizás, en ese punto, se trata de destruir el luto,
de terminarlo, de vaciar la página que se trata de dar vuelta.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Poesía. Volviendo a
pregunta que se hace Simic, de qué pasa si los poetas son capaces de transmitir
el sentimiento de un período histórico mejor que nadie. La poesía es milenaria.
Se suele asociar su origen a las culturas ribereñas del Tigris y el Éufrates. A
la Epopeya de Gilgamesh. O a la poeta
acadia Enheduanna con “La exaltación de Inanna”, de acuerdo a investigaciones arqueoliterarias
el primer poema en la historia universal. Tal vez con ella nace la idea de
autoría. La poesía es anterior a la escritura y al libro. Proviene de la
tradición oral, de la naturaleza misma, de la interacción entre ente y mundo. Y
hubo poemas en las cavernas que habitaron los seres humanos que desarrollaron
la capacidad maxilar hasta poder hablar y articular más que balbuceos y ruidos.
Y habrá poemas en las cavernas digitales de Platón, para simular aunque sea un
instante de esperanza y felicidad. Hubo poemas en los campos de concentración
nazi, como los manuscritos del poeta Robert Desnos. Hubo poemas en el frente de
batalla, como los de Sidney Keyes o La
Araucana de Alonso de Ercilla. La poesía es la primera víctima y la primera
en resucitar.
Fuentes
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Entrevista a Ted Hughes por Drue Heinz. The Paris Review 134, 1995.
Entrevista a Joseph Brodsky por Nick Watson. The Argotist, 1996.
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Entrevista a June Jordan por Julie
Quiroz-Martínez, Colorlines,
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Entrevista a Marosa di Giorgio por Walter
Cassara. Página/12, marzo 2003.
Entrevista
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Entrevista a Umberto Eco por Luis Antonio Girón. XL Semanal, 01/07/2012.
Entrevista a Imre Kertész por Luisa Zielinski. The Paris Review 205, 2013.
Entrevista a Raúl Zurita por Nathalie
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Entrevista a Luigi Serafini por Andrea Girolami. Wired Italy, 25/10/2013.
Entrevista a Karl Ove Knausgård por Andrea
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Entrevista a Elena Ferrante por Sandro Ferri y
Sandra Ferri. The Paris Review 212,
2015.
Entrevista a Enrique Vila-Matas por Gianmarco
Ginatta. Letras Libres, 12/10/2018.
Entrevista a Ernesto Carrión por Toni Montesinos.
Alma en las palabras, 06/02/2019.
Entrevista a Markus Gabriel por Astrid Pikielny. La Nación, 14/07/2019.
Entrevista a Olga Tokarczuk por Xavi Ayén. La Vanguardia, 22/03/2020.
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